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¿Por qué no aprendo a leer?

Viviana Rivera Barrientos
Fonoaudióloga y académica de la Facultad de Educación UCEN

Trabajo desde el año 2008 en un colegio público de alta vulnerabilidad en Lo Hermida, Peñalolén, y hace un tiempo vengo observando las grandes dificultades que presentan estudiantes de 1° y 2° básico para aprender a leer y escribir, problemas que se han ido acrecentado como consecuencia de la pandemia y los mayores índices de marginalidad y pobreza.

La situación no es particular en esta comuna, tal como lo indican diversos estudios y la simple constatación de lo que ocurre en las calles y aulas de nuestro país. Entonces, la pregunta que nos hicimos como equipo que atiende trastornos de desarrollo del lenguaje fue: ¿por qué estas niñas y niños no aprenden a leer? ¿Qué fenómenos concretos están asociados a esta carencia y cómo los enfrentamos? ¿Cómo ayudamos a estas familias a participar e involucrarse con sus hijos e hijas para colaborar en su proceso de aprendizaje?

Para responderlas, indagamos sobre lo que se denominan “las habilidades relacionadas con la conciencia fonológica”, entendiendo que la estimulación y desarrollo de estas, son uno de los prerrequisitos para adquirir la lectoescritura. La conciencia fonológica, es una habilidad metalingüística que se refiere a la capacidad que tiene un sujeto para reflexionar acerca del lenguaje, las palabras y los sonidos, es decir, para identificar y manipular las palabras y sus partes.

Para realizar esta evaluación, aplicamos —con diversas adecuaciones para estos cursos—, la Prueba de Evaluación de la Conciencia Fonológica (PECFO), cuyos resultados evidenciaron las grandes dificultades que atraviesan estos niños y niñas en su conciencia fonológica, especialmente, en los cursos de 1° y 2° básico. Esto significa que, de la totalidad de los estudiantes evaluados, encontramos que el 75% no cuenta con habilidades desarrolladas para aprender de manera óptima a leer y escribir.

Con esos indicadores, asumimos la necesidad imperiosa que había de armar un programa sistemático que estimule dichas habilidades en los años de educación inicial, haciendo énfasis en la estimulación auditiva a través de la música y el juego (en especial si estos déficits se manifiestan en contextos de alta vulnerabilidad y escaso capital sociocultural, como el de los colegios de Peñalolén, y sin participación activa de la familia en la estimulación temprana).

Sin programas de este tipo, difícilmente disminuirá la brecha de adquisición de lectoescritura, no ya comparadas con otros niños y niñas más privilegiados, sino entre niños de esta generación y de otras similares anteriores a ésta. En estos años, las brechas se han acrecentado, la pandemia y el cierre de escuelas, contribuyó a hacerlas cada vez más profundas e insalvables.

De esta manera, debemos dejar de lado en buscar rendimientos con perfiles academicistas sólo con la finalidad de lograr un puntaje alto en las pruebas estandarizadas como el Simce y más bien, hacer énfasis e invertir en programas de emergencia que sin muchos recursos (que no los hay), se enfoquen en metas más concretas y de emergencia, como la muy simple de aprender a leer antes de 2° básico.

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