Tomás Gajardo Beyer
Psicólogo clínico de Valdivia
Hoy en día, y desde hace ya bastantes años, la depresión se ha transformado a nivel global en un malestar que ha escalado rápidamente en las estadísticas de salud mental de las personas. Chile no se queda atrás, ya que, como demuestran las encuestas, uno de cada cinco chilenos manifiestan tener problemas de la salud mental de los cuales el 16% de estos se relaciona a la depresión.
La depresión es un problema que incide de forma determinante en la vida de las personas que la sufren, es brutalmente incapacitante ya que se resiente la capacidad propia de poder actuar en el mundo, de darle curso a la creatividad, de establecer vínculos sólidos con otras personas, de desenvolverse en el trabajo, de sentirse capaz de hacer frente a las dificultades de la vida, además de un sinfín de otras áreas que se ven mermadas por el sufrimiento que acarrea la depresión.
Si por algo se caracteriza este trastorno, es por el desgano cotidiano y la falta de esperanza. La depresión tensiona el motor fundamental que tenemos los humanos para existir: El sentido de vida.
Este malestar pone en jaque algunos de los elementos principales de nuestra psique, sobre todo el sistema que tiene que ver con el yo y los ideales internalizados. Es decir, que confronta a la persona que somos en el presente con lo que queremos ser en el futuro, lo que se es y lo que se quiere llegar a ser, lo que percibimos que somos con nuestras metas y objetivos, pero también lo que fuimos en el pasado con nuestros logros y fracasos. A mayor diferencia entre estas dos (yo e ideal) menor sentido de auto estima y realización, menos satisfechos nos sentimos con nosotros mismos. Muchas veces la depresión tiene que ver con distancia insoportable entre estos dos elementos, produciéndose una verdadera lucha entre ellos y un balance final negativo que termina en una desvalorización del sí mismo.
El sujeto es portador de la cultura en la que vive, por lo tanto los ideales personales tienen que ver con lo que hemos aprehendido en la experiencia de la interacción con otros (padres, familiares, amigos, escuela, televisión, redes sociales, entre otros). En este sentido los ideales que tenemos como personas están cargados de ideología. El problema no es la ideología en sí, sino que está en la sociedad actual tiende a mostrarnos como figura ideal a alcanzar el individuo, el que es separado del resto, un “yo” que es independiente, que todo lo puede y si es que no puede es porque tiene un problema “dentro” suyo. El ideal está puesto en la omnipotencia del “yo”. Esta ideología niega el hecho de que somos seres sociales, de que realmente somos dependientes de los demás, que nos conformamos en los grupos y que las condiciones sociales en las que vivimos si afectan de varias formas en nuestro bienestar.
Esta idea de individuo como ideal a alcanzar rompe con el lazo social que sostiene y otorga sentido a nuestras existencias, nos deja en una posición de desvalimiento y de desidentificación con el resto, nos quedamos solos en tanto debemos ser emprendedores de nosotros mismos. Y es más, entre mayor autosuficiencia se exige, el otro se vuelve más persecutorio, peligroso y dañino.
La depresión es un síntoma de la sociedad, es un termómetro que nos indica que algo está mal en nuestra forma de vida. Toda crisis apela a un cambio, pero este no puede tratarse únicamente en las consultas psicológicas y/o en el consumo de fármacos, ya que la producción de este malestar es social, y tiene que ver con el distanciamiento de lo individual con lo colectivo. Un buen antídoto sería comenzar por recomponer los lazos sociales, combatir los ideales de un “yo” autónomo, poder sostenernos desde los vínculos personales y fraternos, exigir y construir espacios y políticas que reivindiquen lo común, lo nuestro. Tarea de nuestro tiempo es desenmascarar la ideología del “yo” para asumirnos como seres colectivos.