Por Dr. Franco Lotito C.
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
Lo primero que es necesario comprender en torno al concepto “aura”, es que desde
hace mucho tiempo, éste ha sido un tema polémico y que ha generado mucho debate,
ya que los diversos estudiosos del aura nunca han podido llegar a un acuerdo en
relación con su composición ni tampoco en relación con su origen y/o procedencia, lo
que, por cierto, ha generado diversas opiniones, si bien, la existencia del fenómeno en
sí está –en términos generales– aceptada.
El concepto “aura” que proviene del griego antiguo y significa “viento suave y
apacible”, se refiere a un halo de energía que rodea a ciertos cuerpos y que puede ser
percibida por algunas personas hipersensibles, así como también por intermedio del
uso de ciertos equipos y lentes que han sido diseñados especialmente para ello.
Algunos investigadores del aura –como Lugones, Pichs y García– en una breve
publicación realizada en la Revista Cubana de Medicina General Integral, y que ellos
titularon “El aura humana”, consignan que fue Paracelso, médico y alquimista del siglo
XVI, quien definió científicamente el aura, describiéndolo como algo que se asemeja a
una esfera de fuego y que Paracelso llamó “globo ígneo” o “bola de fuego”, es decir,
“una luminosidad visible en la medida que el avance espiritual de la propia persona
lo permitía”. En los siglos siguientes se la describió como “esfera espiritual”, “fuerza
electromagnética” o “llamaradas de energía”.
Es así, por ejemplo, que en todas las culturas conocidas se puede constatar cómo este
fenómeno ha sido representado en distintos grabados, pinturas y bajorrelieves, donde
determinados personajes de la historia de carácter religioso, tales como “Buda,
Mahoma, Moisés y, sobre todo, Jesús, son representados con un fulgurante halo de
luz que les rodea la cabeza”.
Un poco antes de la Primera Guerra Mundial, el Dr. Walter Kilner, un científico de
origen inglés, quien escribió el libro “The Human Aura”, determinó que el aura
humana se podía “observar bajo luz ultravioleta” y su descripción fue de “una nube
sutil que rodeaba el cuerpo y a cuyo través se podía diagnosticar enfermedades”.
Posteriormente, Simón Kirlian –un fisioterapeuta, investigador e inventor ruso– y su
esposa desarrollaron una técnica fotográfica que les permitía captar imágenes de las
descargas de corona que rodeaban a los objetos, y que algunas personas consideran
un tipo de fotografía del aura.
En el ámbito de la medicina y la parapsicología, a los individuos que ven el aura se los
llama “sinestésicos”, y serían personas que son poseedoras de un sentido altamente
desarrollado –un sentido que estaría asociado al desarrollo y evolución de las
glándulas pineal y pituitaria– que les permite “percibir altas frecuencias vibratorias”,
tales como: (a) el aura, (b) su color y los cambios de tonalidades según los estados de
ánimo, (c) el estado de salud o (d) la intensidad de la energía emanada por las
personas observadas. A su vez, a la glándula pineal los tibetanos la llaman el “tercer
ojo” y está ligada con el centro de nuestra frente. El tercer ojo es un concepto místico
asociado con la clarividencia, la precognición, las experiencias extracorpóreas y la
capacidad de ver más allá de la realidad.
Por otra parte, Maud Ferrés Parada, una conocida experta e investigadora del aura,
asegura que nosotros, los seres humanos, somos “seres de luz, de energía y luego de
materia”. En este sentido, de acuerdo con Maud Ferrés y otros especialistas en el
tema, nuestros cuerpos estarían rodeados por un envoltorio de energía vital –que se
manifiesta en una luminosidad de distinta intensidad– que es capaz de registrar los
estados de salud y las emociones de la gente.
Asimismo, hay personas hipersensitivas –que en algunas culturas son llamadas
“santones”, “curanderos”, “sanadores”, etc.– que están en condiciones de ver ese
aura –o halo– que rodea el cuerpo de los seres humanos, aun cuando Maud Ferrés
indica que todos nosotros tendríamos esa capacidad de ver el aura, pero, al igual que
lo que sucede con nuestros músculos que deben ser regularmente ejercitados, no todo
el mundo los desarrolla y los fortalece a través de la práctica regular.
Luego de años de estudio y experimentación, los investigadores dedicados a este tema
del aura, indican que –según el estado de salud o energía de las personas– los colores
que pueden registrarse se manifiestan con diferentes tonalidades, algo que está en
consonancia con el estado de la salud física o emocional del individuo en un momento
determinado.
Es así, por ejemplo, que si la persona está feliz, su aura tenderá a los colores afines a
los rosados, los celestes y verde agua. Si en el sujeto hay enojo, su aura tenderá a
presentar tonos pardos, si tiene o siente envidia, el color será un verde intenso, en
tanto que si está con ira la luminosidad será de color rojo. De ahí se derivan los dichos
“verde de envidia” o “rojo de ira”.
Ahora bien, cuando la persona entra en un estado de meditación o se encuentra en un
alto nivel espiritual, ello se reflejará en una luminosidad dorada o amarilla, y si el
sujeto tiene un alto nivel intelectual la luminosidad será anaranjada. Entre todos los
colores del aura, uno de los más poderosos y llamativos sería el “aura dorada”, ya que
las personas que poseen el aura dorada son vistas como figuras influyentes,
carismáticas y con un innegable magnetismo.
En cuanto al tamaño de los campos de luz, lo normal, es que estos alcancen los 30
centímetros desde la piel hacia afuera. Si la persona está afectada por alguna
enfermedad, el tamaño será menor, en tanto que si se trata de un estado grave de
salud, el aura mostrará fisuras profundas. Cuando un paciente recupera su salud, las
fisuras del aura se van sellando a medida que mejora la salud de la persona.
Es así, por ejemplo, que la experta en el tema áurico, Maud Ferrés, ella indica que
trabaja con flores de Bach –que son extractos y gotas de plantas que han sido
seleccionadas por años– con la finalidad de ayudar a reparar las fisuras, ya que todas
las desarmonías de la historia de vida de las personas afectadas pueden ser corregidas
por intermedio de este apoyo, así como también a través del uso del Reiki –una
metodología que corresponde a la imposición de manos– o bien, con limpieza
bioenergética, entre otras técnicas de curación.