Columna de Opinión

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La alexitimia: una forma de “analfabetismo emocional”

Por Dr. Franco Lotito C.
Conferencista, escritor e investigador (PUC)

“No se trata de hacer lo que siento, sino que de saber elegir qué hago con eso que siento”.

La Inteligencia Emocional (I.E.) es un concepto que popularizó a nivel mundial el Dr. Daniel Goleman, quién, conjuntamente con el Dr. Howard Gardner –autor de las “Inteligencias Múltiples”– y el Dr. Paul Ekman, experto en la expresión facial de las emociones, pueden ser considerados como los pioneros en el estudio de una manera distinta de ver las emociones y la inteligencia humana, alejándose un poco del concepto tradicional de Coeficiente Intelectual (C.I.)

Las inteligencias múltiples y la inteligencia emocional están estrechamente vinculadas entre sí, al punto que dos de los tipos de inteligencia descritos por el Dr. Howard Gardner –la Inteligencia Interpersonal y la Inteligencia Intrapersonal– dan origen, justamente, a la Inteligencia Emocional, un concepto, que el Dr. Goleman comenzó a ampliar, desarrollar y difundir en todo el mundo a través de varios de sus libros, siendo el más conocido de todos, el libro titulado “Inteligencia Emocional”.

Con dicho concepto, el Dr. Goleman hace referencia a la capacidad que tienen algunas personas para procesar, controlar, aplicar y dirigir con éxito las emociones. Lo anterior, a diferencia de la “inteligencia” a secas, que alude a la capacidad de un sujeto para resolver un determinado problema, o bien, que pone de relieve la capacidad de una persona para poder adaptarse al entorno que lo rodea, un aspecto que está en línea con lo que señalaba el científico y naturalista inglés, Charles Darwin, hace más de 150 años, en su libro “El origen de las especies”, donde Darwin planteaba, que lo que hizo que la especie humana sobreviviera y prosperara frente a especies mucho más fuertes y poderosas, fue su extraordinaria capacidad de adaptación.

Sin embargo, también existen los sujetos llamados “analfabetas emocionales”, es decir, aquellas personas incapaces de reconocer emociones en otras personas, e incluso, de ser incapaces de experimentar algún tipo de emociones. Esta condición puede constituir un trastorno llamado “alexitimia” (o “ceguera emocional”), es decir, la incapacidad para identificar, interpretar y/o expresar las emociones propias y ajenas. Al respecto de la alexitimia –un concepto acuñado por el Dr. Peter Sifneos–, se puede señalar, que esta condición representa una limitación cerebral provocada por un trastorno en el aprendizaje emocional, o bien, que tiene su origen en una lesión en el cerebro.

Si se trata del primer caso, es decir, de un trastorno en el aprendizaje emocional, estamos hablando de una característica de un individuo que se desarrolla desde la niñez y que se construye a partir de la historia familiar y social de una determinada persona. Hay niños, a quienes, desde pequeños, los padres les enseñaron que es malo mostrar el miedo, la vergüenza, la tristeza, la rabia o la pena, por ser “emociones negativas”, en función de lo cual, estos niños aprenden a bloquearlas, al punto que ni siquiera están en condiciones de poder experimentarlas y, menos aún, de ser capaces de reconocerlas en otros individuos.

Es así, por ejemplo, que hay hombres que recién se dan cuenta que su pareja está triste, acongojada o apenada cuando ven lágrimas correr por sus ojos. Antes que eso, serán incapaces de saber qué le pasa a su pareja. De más está decir, que los efectos de la alexitimia pueden dañar y afectar de manera seria e irreparable la vida personal y de pareja de quienes la sufren.

Tomemos ahora un segundo ejemplo: supongamos que a usted le avisan que ha sido despedido de su trabajo… ¿qué sentiría usted? ¿Frustración? ¿Ira? ¿Pena? ¿Rabia? ¿Dolor? ¿Todas las anteriores? ¿Ninguna de las anteriores? Si usted ha respondido que sí a cualquiera de las emociones antes señaladas, alégrese, pues ello significa que usted no sufre de alexitimia.

Por el contrario, si usted no se siente identificado con ninguna de las emociones señaladas, entonces sí debería preocuparse, ya que ello podría significar que usted pertenece al 10% de la población que no es capaz de interpretar y/o expresar emociones.

Es preciso señalar, que no se trata de que algunas personas “elijan” hacerse las tontas con sus emociones para efectos de “no enfrentarlas”, sino que puede suceder, que tales personas no cuentan, simplemente, con el equipamiento sensorial y cognitivo requerido para tales efectos, es decir, “Inteligencia Intrapersonal”, o bien, no tienen las herramientas necesarias que se adquieren por intermedio de la interacción interpersonal con otros individuos para poder hacerlo, a saber, “Inteligencia Interpersonal”.

A menudo nos encontramos con sujetos incapaces de experimentar empatía hacia otras personas que se encuentran sufriendo o que están atravesando por momentos difíciles, a raíz de lo cual, les resulta imposible dar los cuatro pasos necesarios para practicar la empatía con propiedad, a saber:

1. Crear un clima de confianza: que permita a la otra persona abrirse y expresar libremente aquello que lo acongoja.

2. Escuchar de manera activa: prestar la atención necesaria a aquello que le está siendo comunicado, donde el lenguaje verbal debe ser coherente con el lenguaje corporal.

3. Tratar de comprender el trasfondo de la problemática que le está siendo comunicada.

4. Ayudar a la persona que está pidiendo auxilio, a encontrar una solución al dilema que lo aqueja. Lo que se ha señalado en los cuatro puntos anteriores, se llama practicar la empatía.

Podríamos decir, entonces, que existen tres tipos de personas: (a) los “analfabetas”: quienes no saben leer ni escribir, condición que les impide expresarse de buena manera a nivel cognitivo, (b) los “analfabetas funcionales”: quienes, alguna vez, aprendieron a leer y escribir, pero por desuso perdieron esta capacidad, y (c) los “analfabetas emocionales”, es decir, aquellas personas que fallan en su intento de interpretar las emociones de los demás o de comunicarles a otros sus propios estados de ánimo y emociones. El gran consuelo para todos estos grupos de personas, es que, si se deciden, pueden mejorar notablemente la condición que los afecta.

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