Carolina Olivares
Académica de Pedagogía en Lenguaje y Comunicación, Universidad Central
Un pequeño título para una cuestión aparentemente irrelevante. No sólo se trata de un cambio de formato y una adaptación tecnológica, sino que también del placer que brinda la proximidad de un objeto artístico. El libro ha tenido muchos soportes a lo largo de la historia: caparazones de tortuga, papiros, pergaminos, arcilla, huesos y piedras. Actualmente, el libro como objeto puede constituir una verdadera obra de arte, testimonio no sólo de un escritor sino también de un artista visual. Si bien el contenido lingüístico de un texto se preserva indistintamente en variados soportes hay algo de él que se pierde en esa transformación al PDF. Probablemente, nuestra capacidad de comprender textos escritos se vea limitada por la irrupción de las pantallas, tal como señalan investigaciones recientes.
Los primeros acercamientos a la lectura también son relevantes. Más allá de ostentarlos en una biblioteca personal o abierta al público, lo que no exige que los hayamos leído, existe un particular agrado en observar su tamaño y percibir su combinación de colores y formas. Pensemos en la aventura que puede significar para un niño sostener en sus pequeñas manos un libro enorme que despierte su curiosidad, ¿por qué no podría ocurrirle eso a los jóvenes y adultos que con grandes manos disimulan una expresión de asombro?
La corporalidad de un libro puede seducir a un lector potencial que transita por el lugar donde se encuentra, y si es en una biblioteca mejor aún, quien tiene la posibilidad de aceptar el contrato de la lectura o quedarse con la entretención visual o sensorial al hojearlo. Claramente, esta posibilidad no puede ser satisfecha por un texto en formato PDF, que además presenta otras distracciones o tentaciones propias de la virtualidad.
En un ámbito íntimo, dejado en un lugar especial (una mesita de noche, un escritorio u otro sitio) a la espera de un momento de obligación o placer junto a sus páginas dirá algo de nosotros a otros que transiten por ahí. Puede ser que nosotros mismos al notar su presencia evaluemos con agrado, o no tanto, cuánto tiempo estamos dispuestos a invertir en él o quizás suframos pensando cuándo será el momento en que nos dedicaremos a sumergirnos en él. Si por alguna circunstancia llegamos a leerlo en un lugar público, probablemente llamaremos la atención de alguien más que si repasamos la vista en un celular y, tal vez, provoquemos una idea interesante en esa persona que distraídamente nos miró unos segundos. En fin, si un libro atractivo y pequeño puede seducirnos más que un texto en formato PDF habremos entendido qué aspectos del primero no podrán nunca ser sustituidos por el segundo.