Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
“El temor agudiza los sentidos. La ansiedad los paraliza” (Dr. Kurt Goldstein, psiquiatra y neuropsicólogo de origen alemán).
Las crisis de angustia, crisis de pánico o ataques de pánico (“panic attack”, en inglés) tienen un carácter patológico y suelen aparecer en el contexto de una diversidad de trastornos de ansiedad, en que la ansiedad se caracteriza por ser un estado muy intenso de agitación, inquietud y zozobra del ánimo que experimenta una determinada persona, con una sensación de terror y descontrol inminente. Desde un punto de vista psicológico y/o médico, la ansiedad y la angustia suelen acompañar a muchas enfermedades y es una condición que no permite encontrar sosiego a las personas afectadas.
La ansiedad es una de las emociones humanas más básicas y tiende a manifestarse cuando nuestra integridad física, mental o espiritual se ve amenazada. En la literatura anglosajona, habitualmente se utiliza el concepto “anxiety”, en tanto que en castellano, ansiedad y angustia se usan indistintamente.
A la ansiedad se la reconoce por su carácter desagradable, que representa una suerte de dolor emocional que se asocia al temor de un desenlace de tipo negativo en una situación que es incierta o que contiene una cuota de riesgo. En las crisis de pánico –a diferencia de la ansiedad normal– se desarrolla una actitud de expectación aprensiva constante. Lo anterior, en función del temor a que las crisis se repitan, actitud que se denomina “ansiedad anticipatoria”.
La principal característica de un ataque de pánico, es la súbita aparición de miedo o de un malestar intenso que puede estar acompañada de una serie de síntomas de tipo somáticos o psicológicos. Una crisis de angustia o ataque de pánico se inicia, generalmente, de una forma brusca y/o súbita, y alcanza su máxima expresión con suma rapidez, condición que, por lo general, toma alrededor de 10 minutos de tiempo, o incluso, menos. Estas crisis, a menudo, van acompañadas de una sensación intensa de peligro o de muerte inminente.
De acuerdo con el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V), los principales síntomas somáticos y/o cognitivos que acompañan a un ataque de pánico son los siguientes: sudoración excesiva, palpitaciones, ahogo o sensación de falta de aliento, temblores o sacudidas que afectan al cuerpo, opresión en el pecho o malestar torácico, sensación de atragantarse (o “nudo en la garganta”), molestias abdominales, náuseas, inestabilidad o mareo (estado de aturdimiento), miedo a perder el control sobre sí mismo o de volverse loco, parestesias, escalofríos, sofocaciones, miedo a morir.
Para hacer un diagnóstico de “crisis o ataque de pánico”, la persona afectada debe dar cuenta de a lo menos cuatro de estos síntomas, en tanto que las crisis que reúnen menos de cuatro de los síntomas señalados, se denominan “crisis sintomáticas limitadas”.
Los pacientes que se acercan a la consulta a fin de solicitar ayuda terapéutica por este tipo de crisis de angustia inesperadas, acostumbran a caracterizar el miedo que experimentan como algo “intenso”, y relatan al terapeuta que en el momento mismo que ellos experimentaron esta crisis, creyeron estar a punto de morir, de perder el control, de tener un infarto cardíaco, o bien, una sensación de estar “volviéndose locos”. Conjuntamente con lo anterior, las personas afectadas describen la presencia de un deseo urgente de huir y alejarse rápidamente del lugar donde experimentaron la crisis. Cuando las crisis se repiten, éstas pueden presentar un menor componente de miedo, en tanto que la “falta de aire”, viene a constituir un síntoma que es frecuente en aquellas crisis de angustia que están asociadas al “trastorno de angustia con o sin agorafobia”, es decir, miedo a los espacios o lugares abiertos, que a su vez, se vincula a una sensación de vértigo.
Por otro lado, el hecho de experimentar rubor, es un síntoma frecuente en aquellas crisis de angustia de tipo situacional, es decir, las que se desencadenan por la ansiedad que experimenta la persona en situaciones de tipo social o en actuaciones con presencia de público. Las crisis de angustia pueden aparecer vinculadas a una gama bastante amplia de trastornos de ansiedad, tales como “trastorno por estrés postraumático”, “trastorno por estrés agudo”, “fobia social”, “fobia específica”.
Para poder determinar con claridad el diagnóstico de las crisis de angustia, es preciso tomar en consideración el contexto (o situación) en el que aparecen las crisis. En este sentido, existen tres tipos característicos de crisis de angustia, las que se diferencian entre sí por el modo o forma en cómo se inician, así como por la presencia (o ausencia) de desencadenantes de tipo ambiental. Revisemos algunas de ellas:
1. Crisis de angustia inesperadas, es decir, que no están vinculadas a estímulos ambientales, en las que el inicio de la crisis de angustia no se asocia a algún tipo de desencadenantes ambientales, y surgen de improviso, sin ningún motivo aparente.
2. Crisis de angustia con un componente situacional, es decir, que la crisis se desencadena a raíz de un estímulo ambiental. Esto significa, que la crisis de angustia se gatilla de manera inmediata después que el sujeto ha sido expuesto a un estímulo o desencadenante ambiental. Para algunas personas, divisar una serpiente, por ejemplo, o ver un perro que se aproxima al sujeto genera de manera automática una crisis de pánico.
3. Crisis de angustia que pueden estar, más o menos, vinculadas con una situación determinada. En este último caso, las crisis tienen más probabilidades de gatillarse cuando la persona se expone a ciertos estímulos o desencadenantes ambientales. Sin embargo, en este tercer tipo de caso, no siempre existe la asociación directa con el estímulo ni tampoco el episodio aparece inmediatamente después que el sujeto ha sido expuesto a la situación. Es el caso, por ejemplo, de aquella persona que al conducir un auto tiene más probabilidades de sufrir una crisis, pero también puede suceder que el sujeto conduzca su vehículo sin experimentar ningún ataque de pánico, o bien, que experimente la crisis media hora más tarde luego de haber conducido su vehículo.
No cabe duda alguna, que las personas que sufren este tipo de crisis, pasan por momentos que pueden ser muy desagradables y que, además, les genera miedos muy intensos, de los cuales les resulta muy difícil deshacerse. Esta experiencia contribuye a vivir con una sensación de inseguridad e incertidumbre muy alta, que a la larga, resulta insoportable. Las personas viven con una sensación permanente de que en cualquier momento y en el lugar menos pensado –en el trabajo, conduciendo un vehículo, viajando en un bus, haciendo una presentación, etc.– sufrirán un ataque que las dejará a merced de las circunstancias y fuera de su esfera de control.