Por Dr. Franco Lotito C.
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
Si bien, el afecto y el amor recíproco entre hijos y padres se enfocan como una verdad
incuestionable y que no merece discusión, ello, sin embargo, no siempre responde a la
realidad de los hechos o de aquello que se observa en la vida real. Lo cierto, es que así
como hay padres que no muestran ningún tipo de afecto, amor, interés o respeto por
sus hijos, también hay hijos que –por diversas razones– tampoco aman a sus padres.
Aclaremos desde ya, que el hecho de que haya hijos que no aman a sus padres, eso no
significa que exista una patología o una desviación conductual –a menos que se
demuestre clínicamente lo contrario–, ni tampoco indica que esa falta de amor sea
algo propio de los llamados “hijos desnaturalizados”, es decir, “que no cumplen con
los deberes que la naturaleza le impone a los hijos” y que, supuestamente, “no
sienten cariño o afecto por su familia de origen”.
Al respecto de lo anterior, no hay nada más lejos de la realidad, especialmente, cuando
uno se detiene a analizar en profundidad los datos disponibles y busca averiguar cuáles
son los factores y/o razones para que se produzca esta “falta de afecto y amor”, por
cuanto, a menos que exista una limitación, deficiencia o discapacidad de algún tipo en
los hijos, las cosas van por un carril muy diferente, ya que hablar de hijos que no aman
a sus padres, es algo que no se puede tomar a la ligera.
En una familia “normal” –entendiendo que la palabra “normalidad” es muy elástica–
padres e hijos se vinculan entre sí por intermedio de los afectos. El principal problema
radica en que esos afectos no siempre son positivos, ya que también existe la
posibilidad cierta de que lo que prima en la relación filio-parental sean sentimientos de
odio, de resentimiento, distanciamiento afectivo o simple indiferencia.
Cuando hablamos de hijos que no aman a sus padres, podríamos estar frente a una
situación que puede tener diversas explicaciones, cual es el caso, por ejemplo, que el
afecto esté siendo reprimido o inhibido, es decir, que el hijo(a) optan por no
expresarlo, o bien, que lo manifiesten de una manera inadecuada, aun cuando el
afecto o el amor filial esté presente. La gran pregunta es: ¿y por qué razón sucede
esto?
Una de las razones o motivo por las que hay hijos que no aman a sus padres se vincula
con el llamado “efecto espejo”, un efecto que podríamos relacionar directamente con
las llamadas “células o neuronas espejo”, es decir, grupos de células descubiertas por
el neurobiólogo italiano Giacomo Rizzolatti y que corresponden a un tipo de células
nerviosas que se activan cuando una persona realiza una acción, un gesto, una sonrisa,
o la observa en otra persona. Estas células son esenciales a fin de comprender el
comportamiento humano, como es el caso del “aprendizaje por observación, la
comprensión de las intenciones de los demás, así como la formación de lazos y
vínculos de carácter social”.
En función de lo anterior, si ahora observamos con atención el comportamiento de los
progenitores y advertimos que ellos son fríos emocionalmente y que no demuestran
interés ni afecto por sus hijos, entonces resulta totalmente comprensible que estos
hijos aprendan a relacionarse de la misma manera –o efecto espejo– con sus padres,
es decir con frialdad, distancia e indiferencia. En este tipo de situaciones, lo que
sucede, es que hay una carencia que proviene desde los padres, que bloquea o limita
el desarrollo afectivo de los hijos.
El padre, la madre –o ambos–, ya sea de manera consciente o inconsciente, construyen
un muro que obstaculiza la relación con los hijos y que es interpretado por éstos de
una manera muy simple: “Prohibido cruzar esta línea”. En rigor, los padres han
transmitido a sus hijos la idea de que el vínculo entre ellos no incluye los afectos, sino
que la relación debe limitarse exclusivamente a una de carácter práctico y funcional.
Bajo estas condiciones de crianza, es muy probable que los hijos no aprendan a
relacionarse con el resto del mundo por medio de los afectos y aprendan, en cambio, a
dar aquello que han recibido gran parte de su vida: indiferencia. Esta conducta por
parte de los padres cercena un aspecto clave del desarrollo infantil, en relación con el
cual, podríamos señalar que el “amor filial está inhibido, pero no es inexistente”.
Otra de las principales razones por las cuales hay hijos que no experimentan amor o
afecto por sus padres, es haber sido objeto de abandono y malos tratos. Cuando el
abandono o el mal trato por parte de los padres, es total, ni siquiera existe la
posibilidad de poder analizar el tipo de vínculo o de afecto existente en el hijo, ya que
lo más probable, es que la respuesta al rechazo por parte de los padres se responda
con igual rechazo por parte de los hijos.
Es preciso tener muy presente eso sí, que el “abandono parental” no solo se relaciona
con aquellos casos en los que uno o ambos padres no están presentes, sino que
también hay abandono cuando: (a) el niño vive con los padres, pero éstos no se
interesan por él, (b) cuando dejan la crianza del niño en manos de terceros, o bien, (c)
cuando no ofrecen su asistencia o su apoyo en momentos cruciales en la vida del
menor. En estos casos, el sentimiento que experimentan los hijos, es que sus padres
les han fallado miserablemente, a raíz de lo cual, se instala la idea de que resulta
imposible contar con ellos, a lo que se suma la desconfianza, la distancia y la frialdad
resultante, lo que, finalmente, conduce al desamor, especialmente, cuando el
abandono es sistemático.
Otra razón de peso para la existencia de hijos que no aman a sus padres, es cuando
éstos han sido víctimas de diversas situaciones de abuso, ya sea de carácter emocional,
físico o sexual, ya que tales comportamientos causan traumas, graves daños
emocionales y cicatrices que coartan cualquier posibilidad de desarrollar un vínculo
afectivo que sea sano con este tipo de padres, ya que cuando el hijo aprende a ver al
padre o a la madre como agresor(a), la emoción que se siembra en el niño es simple y
puro odio. La rabia y el odio experimentado, determinan que al crecer este niño, esas
emociones se convierten en un total rechazo hacia los progenitores, tanto en contra
del agresor, propiamente tal, como así también en contra del progenitor que actuó
como cómplice pasivo de las agresiones sufridas por los hijos.
Digamos finalmente, que un ser humano aprende a amarse a sí mismo y a sentir
afecto por los demás, en función del vínculo primario que establece con quienes son
los progenitores, a raíz de lo cual, los silencios, la frialdad emocional, la falta de interés,
la distancia y/o los malos tratos dificultan de manera decisiva el desarrollo afectivo
normal de los hijos, lo que termina por conducir, precisamente, a la existencia de hijos
que no aman a sus padres, lo que, por otra parte, representa un verdadero lastre que
se manifestará a futuro y que les impedirá o dificultará a los hijos el establecimiento de
relaciones de amistad o de relaciones afectivas de pareja, en las que ellos y ellas se
sientan bien, cómodos y felices.