Por Dr. Franco Lotito C.
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
El pediatra y psicoanalista francés, Aldo Naouri, escribió un libro con un título muy sugerente: “Padres permisivos, hijos tiranos”, libro que en Francia se convirtió en el libro de cabecera de muchos padres preocupados por la tiranía que estaban ejerciendo muchos niños sobre sus papás y sus familias de origen.
La tesis que plantea este pediatra francés –aunque suene algo drástica–, es que para poder “educar con éxito, hay que frustrar a los hijos”, siendo esta su receta preferida, con la finalidad de poder salvarse de los nuevos tiranos domésticos en que se han convertido, hoy en día, muchos niños, lo que ha derivado en una profunda crisis de autoridad paterna, reflejado, asimismo, en el llamado “síndrome del emperador”, en relación con el cual, los niños no conocen, simplemente, el concepto “saciedad” cuando de hacer reclamos y exigencias a sus padres se trata, y la aventura de convertirse en padres puede convertirse en una verdadera pesadilla.
El Dr. Naouri plantea que para algunos padres pareciera que el niño estuviera “dotado de todas las cualidades como si fuera un Cristo en potencia, a raíz de lo cual, nos transformamos en sus adoradores, decidiendo hacer todo lo que quieren, a fin de ser amados por ellos, poniéndonos enteramente a su servicio y aceptando ser sus esclavos”.
En rigor, lo que intenta este pediatra, es buscar una mejor fórmula, un modo de vida o un acuerdo entre padres e hijos que permita marcar y definir claramente los límites.
Dado que vivimos en una sociedad, cuya ideología del consumo, del usar y desechar, se ha convertido en una ley no escrita, esta sociedad consumista ha elevado al niño a la categoría de un producto más, esperando –erradamente y en una suerte de espejismo que nunca se alcanza– que este “producto” se comporte de manera perfecta, si recibe todo lo que exige. Sin embargo, sucede todo lo contrario, ya que estos hijos izados en la cúspide de la pirámide familiar, lo que logran, es transformarse en tiranos domésticos que no conocen límites.
No cabe duda alguna, que muchos de los niños actuales tienen severos problemas de conducta, los que se hacen cada vez más inquietantes, a raíz del alto nivel de agresividad y rebeldía que presentan. ¿Las razones de esta realidad? La presencia de padres que se han propuesto –como objetivo máximo– “evitarles a sus hijos, a toda costa, cualquier dolor, molestia o incomodidad, al alto precio de no ponerles límites ni hacer un rayado de cancha claro y preciso”. Los resultados y consecuencias son evidentes y fáciles de detectar: niños tiranos que se convierten en adultos individualistas, con poca empatía hacia los demás, con malas relaciones interpersonales y sociales, y que en el futuro tenderán a alterar la convivencia general, ya que nunca estarán conformes con nada, no obstante todo lo que obtengan, a menudo, sin mucho esfuerzo de su parte.
El Dr. Naouri critica fuertemente la “democratización del rol padre-hijos”, en que se piensa –erróneamente, por cierto– que los papás y mamás deben convertirse en los “amigos” y “amigas” de sus hijos e hijas, en sus “compañeros de andanzas”, con lo cual, lo único que se logra, es que los límites de la autoridad paterna se vean sobrepasados y, en algunos casos, incluso aplastados por la “autoridad filial”, con severas y negativas consecuencias.
Algunos padres piensan que si durante el desarrollo del niño(a) se cumplen todas sus exigencias y caprichos, sin darles más que amor y bienestar, entonces algún día este niño(a) se convertirá en un verdadero, solidario y bondadoso genio. Sin embargo, la realidad golpea brutalmente la cara de los padres que los despierta de su hermoso sueño y los hace caer en una real pesadilla de la que ahora resulta algo difícil escapar.
Hoy se sabe, que la permisividad con la que actúan muchos padres se debe a una combinación de dos factores: (a) “un sentimiento de culpa por el escaso tiempo que les brindan a sus hijos”, debido al agitado estilo de vida que llevamos, (b) “una expresión de comodidad de los padres frente a las exigencias y pedidos sus hijos”, ya que ello requiere menos esfuerzo y un menor trabajo educativo.
Otro aspecto a tener en consideración, es que la sociedad consumista e individualista en la que estamos sumergidos, autoriza a cualquiera persona a hacer lo que quiera, sin tener que rendir cuentas a nadie, donde cada uno educa a sus hijos a su manera y se rehúsa a recibir o aceptar sugerencias por parte de terceros, no obstante que en ocasiones, bien vale la pena prestar atención a las sugerencias que provienen por parte de otras personas, especialmente, si estas personas conocen y saben del tema en cuestión.
No se trata aquí de golpear ni quebrar el espíritu del niño(a) –lejos de ello–, sino que de establecer límites claros, aún cuando ello requiera “tener mano dura” ante las reiteradas inconductas de los menores.